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Alocuciones institucionales

Margarita Álvarez 08/01/2013

Alocución como directora de la CDC-ELP entrante, Margarita Álvarez

En primer lugar quiero agradecer en mi nombre y, en nombre de la Junta Directiva entrante su presencia esta noche y, también, su confianza, que nos permite hacernos cargo durante los dos próximos años de la dirección de esta comunidad.

También quiero agradecer al Director y la Junta Directiva salientes, y a todos aquellos que han colaborado en sostener nuestra comunidad durante los dos últimos años, en cualquiera de sus dos sedes, su dedicación, su tiempo y su trabajo.

En mi carta de presentación de candidatura hacía referencia a la reunión extraordinaria habida una semana antes, convocada con motivo de la falta de candidaturas suficientes para la permutación de las instancias de nuestra comunidad. Fue una reunión en la que hubo más preguntas que respuestas, más división que certezas, posición necesaria para abrir un debate sobre lo sucedido.

Una de las cuestiones que se plantearon fue si había entre nosotros deseo de escuela. No hay duda de que en aquella reunión estábamos casi todos los miembros, más algunos socios de sede, lo que parece indicar que la mayoría nos sentimos concernidos por la situación. Pero, ¿se puede hablar de deseo de escuela sin deseo de asumir, en un momento u otro, de una u otra manera, responsabilidades respecto a ella? ¿Habría un deseo de institución y un deseo de escuela?

La escuela, para nosotros, y tal como Lacan la fundó, no se confunde con la institución pero tampoco va sin ella. Por tanto, me parece que no puede haber deseo de escuela sin deseo de sostener, de un modo u otro, la institución que le da por un lado su marco jurídico y legal y, por otro, sus contenidos y su concreción. No se puede cuidar la escuela sin velar por la institución, sin sostener su posibilidad misma porque este desdoblamiento es artificial.

Cuando en noviembre de 1963, Lacan fue excluido del cuerpo de docentes de la IPA y abandonó la EFP, esta decisión se acompañó de una búsqueda de las herramientas conceptuales que le permitieran dar cuenta de lo ocurrido e ir más allá de ello. Así, en 1964, empezó criticando el funcionamiento de iglesia propio de la IPA, sostenido en el amor al padre, callejón sin salida de la teoría freudiana y del mismo Freud. Luego, aisló y precisó los conceptos fundamentales del psicoanálisis, para introducir la formalización lógica de un concepto propio, el objeto a, que introdujo en el psicoanálisis un más allá de lo simbólico del padre. En la lógica de este mismo movimiento, Lacan fundó una escuela de psicoanálisis “introduciendo algo nuevo en su funcionamiento” (Otros escritos, p. 261), como respuesta a los callejones sin salida de la institución analítica y a la falta de interrogación en ella sobre la formación. En lugar, de un modelo identificatorio, fundó una escuela basada en el no saber qué es un analista. Una escuela de psicoanálisis pensada desde y para el psicoanálisis.

La escuela no es un lugar, no es una institución, es una experiencia. Si bien, esa escuela tiene un nombre, una sede administrativa, un marco legal, etc., dichos elementos proveen de cierto marco pero no dan una orientación, al menos, la orientación que conviene a una escuela de psicoanálisis que no es la orientación de la alienación, basada en la identificación.

El marco viene dado por la existencia de un Otro, que recorta un campo cerrado, completo. La orientación lacaniana es una orientación hacia lo real y se sostiene en un punto de fuga que escribimos con el matema de S(A/). Solo en relación con este campo abierto es posible propiamente la experiencia analítica.

Velar por la escuela implica velar porque su funcionamiento no siga el paso de la lógica del “todo”, vocación primera de la mayoría de las instituciones y de lo que Freud llamó “realidad psíquica”, es decir, del fantasma, que se rige por la existencia del Otro. Esta lógica obtura la posibilidad de que pueda haber una escuela tal como Lacan la fundó, es decir, levantada sobre el agujero del S (A/), y dócil al régimen del “notodo” que la inexistencia lógica del Otro inaugura.

Entonces no solo no puede haber escuela de psicoanálisis sin marco institucional, sin institución, sino que esta última requiere de la lógica que introduce la escuela para trabajar a favor del discurso analítico y no contra él, para no obturarlo. “Hay que esperar –señala Lacan- que el espíritu del psicoanálisis pueda manifestarse en ustedes, puesto que no se le puede esperar en otra parte” (Otros escritos, p. 314).

En este sentido, sostener la institución está inextricablemente unido al deseo de trabajar para mantener abierta la hiancia propia de la escuela, sabiendo que esa tarea no está asegurada de una vez por todas sino que “como el mar debe recomenzarse siempre” (Otros escritos, p. 396). Si consentimos a ello, cualquier trabajo realizado en el marco de la escuela lleva la marca de la escuela como experiencia inaugural. Y, en este sentido sirve a la formación.

La escuela solo da algo cuando se le entrega algo. Para hacer la experiencia de la escuela, que es la experiencia del psicoanálisis, una experiencia de lo real como imposible y del affecto societatis como tratamiento de dicho imposible, necesitamos darle la oportunidad de existir, o mejor, sostener su inexistencia lógica. Uno no entra en una escuela para dormir sino para trabajar –señala Lacan-, como siempre es por otra parte cuestión en asuntos de deseo (Otros escritos, p. 247).

Estamos en un momento de la civilización complejo y complicado en grado sumo, que compromete seriamente tanto el presente como el devenir del psicoanálisis. No se trata solo, y es bastante, de los efectos concretos de políticas sanitarias delirantes que con sus protocolos y otros instrumentos llamados objetivos, provinentes de la medicina que se dice basada en las evidencias, etc., borran la dimensión del sujeto a la par que desconocen la pulsión, preparando así su retorno más funesto.

Vemos extenderse también en la civilización la banalización de la palabra y del relato; la degradación del saber; el desinterés por el enigma y su descifrado; la destrucción del campo de la experiencia, incompatible siempre con la certeza; la elisión de la dimensión temporal, es decir, de la historia, donde la falta de pasado impide situar un porvenir, quedando los sujetos atrapados en una pura instantaneidad aplastadora de toda dimensión deseante… Todo ello nos interroga sobre el futuro del psicoanálisis y abre ante nosotros perspectivas desconocidas.

Es fundamental que, en estos momentos, y para los tiempos que tienen que venir, podamos disponer de todas las herramientas posibles para ayudarnos en nuestra tarea, responsables como somos de preservar que haya escuela de psicoanálisis, tal como Lacan la fundó, como condición para que pueda haber analistas y psicoanálisis, es decir, para que la experiencia analítica tenga alguna posibilidad. No todo depende de nosotros, sin duda. Pero si nosotros mismos dejamos caer la escuela, la escuela como experiencia, desinteresándonos del psicoanálisis puro, dejando de interesarnos por la formación, el control, el pase, difícilmente podrá haber producción de analistas. Y, de esto, no podemos responsabilizar al otro.

En la línea de esta preocupación, considero necesario revisar las tres secciones de la escuela que Lacan distinguió en 1964 –la de psicoanálisis puro la de psicoanálisis aplicado y la de recensión del campo freudiano-, y volver a situar a la luz de la actualidad las cuestiones que en ellas se tratan y la atención que les dedicamos. Y siguiendo las orientaciones necesarias y valiosas de la ELP, la EFP y la AMP, decidir cuáles son los mejores modos de abordarlas hoy.

No deberíamos dejarnos engullir ni por los eventos que, en cada momento, marcan nuestros calendarios, ni por la demanda del Otro de la época, sino encontrar en cada lugar y en cada momento el modo de sostener esta diferenciación de manera clara y responsable, porque la preservación del psicoanálisis y de la escuela, necesaria para preservar la experiencia, corre a nuestro cargo, en estos momentos, con especial urgencia.

Como directora de la comunidad en los próximos dos años, trataré de estar especialmente atenta a esta cuestión.

Es tarea de escuela, deseo de ella, no dejar de cuestionar nuestras inercias y rutinas. No resignarse ante ellas y tratar de encontrar nuevos modos de abordar el imposible, ya nos refiramos al imposible del Otro actual o al propio de cada uno de nosotros -a no menospreciar este último en el abordaje de los males que nos afligen y los retos que nos convocan.

Podemos y tenemos que decidir cómo queremos que sea nuestra presencia en los próximos años en la ciudad y en la civilización de la que somos extrañamente contemporáneos, nos guste o no, para, sin aceptar los valores que nos tratan de imponer, inventar estrategias concretas que nos permitan mejorar el presente y den alguna opción a la construcción de un porvenir.

Para ello, esta Junta tratará de aportar lo que sabe y pondrá a trabajar lo que no sabe, para modificar unas cosas e introducir otras nuevas, siempre con los otros.

Pero una Junta Directiva no puede hacerse cargo sola de la escuela en nuestra comunidad. Así que, después de habernos dado su voto y su confianza, espero que a partir de ahora pongan a trabajar asimismo su deseo y su malestar, es decir, tomen una posición de responsabilidad ante ambos, como Lacan dio ejemplo, y ofrezcan una vez más a la escuela su tiempo, su trabajo y sus ideas, para que juntos pero también uno a uno, uno al lado de otro, podamos luchar contra el automatón que siempre, estructuralmente, tiende a instalarse entre nosotros y conseguir un poco más, una vez más, aún más, que algo nuevo sea posible.